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Hay fechas que marcan para siempre. La del nacimiento por supuesto. La de los seres queridos por supuesto. La que marcó el comienzo del noviazgo. La de la primera comunión o matrimonio. La del título del equipo de sus amores, en fin. Para Eliseo Ramos Rivas, hay una en particular que parece tatuada al alma: 13 de abril de 2013.
Llevaba tres años jugando baloncesto. No lo hacía mal como poste. Tenía la talla y agilidad para afianzarse, pero otro balón le sedujo más, el de voleibol. La cuestión era hacer deporte, pero sentirse a gusto sobre todo y la malla pudo más que la cesta. Igual no sería la única sorpresa que le depararía esa decisión a Renzo David Mendoza Durán.
En la cancha es complejo diferenciarlos. Su barba, su peinado y hasta su estilo de juego se asimilan. Son como uno solo, de hecho a primera vista da la impresión que fueran gemelos.
Desde la parte alta de la tribuna en el coliseo de voleibol de la Calle 42 en Ibagué, Hernán Bahamón se paraba, se sentaba, caminaba en el mínimo espacio que la gradería y su silla le permitían, gritaba y se rascaba la cabeza…. Sus vecinos de butaca estaban por creer que el técnico del sexteto de Bogotá estaba en la tribuna y no en su puesto al lado de los jugadores.
El deporte nacional cuenta con baluartes que han dejado huella a lo largo de la historia de Colombia. Pero también en todo ese caminar se ha contado con talento de importación procedente desde diferentes latitudes.
Asistir es un verbo que marca la vida de Jéfferson Barrero. Como enfermero profesional, lo conjuga a diario, pero una vez deja la indumentaria blanca y se pone el esqueleto y la pantaloneta, también lo hace con sus compañeros de la selección tolimense de voleibol, que se estrenó este domingo en el campeonato de los Juegos Nacionales.
La única forma de que permaneciera estático, casi inmóvil, fue la amenaza de la campaña perfecta. En la definición del tercer set, el resultado estaba tan apretado, que la algarabía se apropió de las gradas, mientras en el campo bolivarenses y antioqueñas jugaban como debían la final del voleibol femenino.
Su mirada es fija. Ceño fruncido. Concentración absoluta. A uno de los integrantes del cuerpo técnico le pide que clave cada vez con mayor fortaleza. Que el balón toque el piso es una derrota para ella. Hace hasta lo imposible por sostenerlo en el aire. Ese es el calentamiento ideal para Camila Gómez.
Lo que hoy en día es una ventaja en el deporte que practica, fue en su momento y tal vez durante muchos años entre su niñez y parte de la adolescencia, un verdadero problema. Desde burlas de sus compañeros de colegio hasta cierta discriminación, hicieron en su momento que se avergonzara de su estatura.