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Abuela, madre, amiga, pero sobre todo, hincha

octubre 17, 2015

La patinadora del Magdalena y la selección Colombia cuenta con el apoyo incondicional de su ser más querido


Unos van presurosamente en busca de la bandera de su departamento para extenderla con sus brazos o ponérsela de capa. Otros muerden la medalla para la foto. No falta el que quiera enrostrar su supremacía encaramándose a la barda, pero la celebración de Kerstinck Rachelle Sarmiento resultó tan original como conmovedora.

Después de cruzar de tercera en la final de los 1.000 metros batería ruta, le dio el primer bronce al Magdalena en el patinaje de los Juegos Nacionales. Como tal, subió al podio junto a Fabriana Arias y Stephanie Hurtado. Se mostraba ansiosa en la ceremonia de premiación, pero no por el logro como tal. No veía el momento de entregarle la medalla al ser que le debe mucho, por no decir que todo.

Tuvo que esperar a que terminara la segunda jornada de competencias en el patinódromo Julio César Arias de Rionegro para ir al encuentro de esa mujer cuya tez morena contrasta con el blanco de su cabello. Una vez la divisó en medio de deportistas, dirigentes, técnicos y personal de la organización, Kerstinck aceleró como en la pista, abrazó a su abuela y se despojó del logro más importante que ha logrado a sus 16 años para que reposara en el pecho de la orgullosa y no menos emocionada anciana.

Pocos notaron semejante gesto. Moisés Cristiano Sarmiento fue uno de ellos. El hermanito menor de la joven promesa del patinaje colombiano, a sus seis años acompaña a las dos en los Juegos. Él se llevó el otro testimonio del triunfo: Tore, la mascota en peluche que reciben todos los medallistas.

Ruth Marina Villar viuda de Archila ni contempló el bronce. Para ella, el mejor premio son sus nietos. Jamás revela la edad, pero el carisma que irradia es su mejor carta de presentación. En las graderías nunca pasa desapercibida. Sin necesidad de gritar o alentar como otros asistentes. Simplemente por la fidelidad que a mañana, tarde y noche le ha tenido a las competencias tanto en Guarne como en Rionegro.

“Me pongo alegre, soy feliz viéndola patinar. Le miro todos los movimientos, me olvido de todo lo que hay a mi alrededor, hasta de mi otro nieto, pero esa medalla no era la de ella, era la de oro, aunque como se lo he dicho, ella está en un proceso. Al Mundial tiene que ir con todo por el primer lugar”, confiesa la abuela de Kerstinck, cuyo nombre es hindú y en cierta forma hace honor a los rasgos de la mujer que la ha criado desde recién nacida.

Fue prematura y con semana y media de vida, presentó un preinfarto. “Yo estaba en la escuela dando clase cuando me avisaron que la niña se había muerto. Fui corriendo al hospital y parecía sin signos vitales, pero Dios nos la devolvió, es un milagro y mírela hoy donde está”, recuerda con lucidez envidiable la matrona del popular barrio Pescaíto de Santa Marta.

Desde ese día, duermen juntas. “Aún me despierto en las noches para ver cómo respira”, cuenta la hincha número uno de la mejor patinadora del Magdalena, a la que no le pueden faltar dos cosas en su alimentación: el mote de guineo y queso y la sopa de pata de pollo. “Eso es lo que la ha hecho fuerte desde pequeñita. Es que ni una gripa le da y eso que acá en Guarne y Rionegro anda en licra y camiseta. No siente ni frío”, afirma con convencimiento y conocimiento de causa Ruth.

A la sana alimentación, pero también al haber crecido en la playa, atribuye la fortaleza de Kerstinck en las competencias… “Al desarrollarse en el mar saca una potencia tremenda. De cinco años me cargaba a la espalda y corría con el agua a la rodilla. ¡Y eso que yo era más gorda!”.

Y es que desde la primera prueba que disputó la patinadora, se hizo inalcanzable. “Fue en Cartagena, tenía cinco añitos y ganó una placa. Salió y nadie la alcanzó. Ahora tiene más técnica, estudia, se posiciona y sabe cuándo debe acelerar”, cuenta la abuela.

Tampoco olvida cómo su nieta escogió el deporte que le cambió para siempre la vida. “Un día, cuando tenía cuatro años, encontró un patín en la casa, era talla 39, se lo puso e intentó andar con él. Fueron más las caídas que lo que estuvo de pie, pero desde entonces no se lo quitó más nunca”, describe con precisión la pensionada del magisterio por sus décadas dedicada a la docencia.

Tiene a su cuidado a los otros tres hermanos de Kerstinck, que también son deportistas. De hecho, la actividad física en casa de los Villar es herencia materna. Ruth fue basquetbolista y representó al Magdalena en Juegos Nacionales. Los de Barranquilla en 1964 fueron los primeros. “Jugaba como los trotamundos”, relata con emoción y agrega incluso que “tenía pulmones de acero, así como los de la nieta”.

Irma,  su hija y madre de los cuatro que reside en Valledupar, fue pesista. Los varones sí escogieron el mismo deporte: el fútbol. El mayor, Edílmer “juega en la posición que más vale, la de 9 y mide 1.85 metros”. Así lo describe la abuela, quien además destaca virtudes en los dos menores: “Hugo Luis es defensa, mete la plancha, saca el balón, pero no toca al contrario. Moisés Cristiano, juega de 10, y a sus seis años y practica con la sub-9 en la cancha de La Castellana, donde han jugado los mejores futbolistas samarios. El que sale de ahí, juega”.

Verlos la emociona, pero con Kerstinck exite un vínculo especial. Es tal la conexión entre ambas, que en abril pasado, cuando la joven deportista se fue a competir a Alemania a una Copa Juvenil que se disputó en Geisingen y Grob Gerau, se llevó una prenda de Ruth para poder conciliar el sueño.  

No se quiere ni imaginar si no puede acompañarla en noviembre al Mundial en China Taipei. Está a la espera de la visa, pero si finalmente no la logra, la abuela está convencida de que a su lado o a miles de kilómetros de distancia, esa adoración que rueda sobre patines cada vez que cruce la meta tendrá algo asegurado, invisible, pero que hará latir más rápido ese corazón que alcanzó a detenerse con 12 días de nacida: el abrazo del alma.
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